Blog con contenido crítico sobre la película coreana Sympathy for Lady Vengeance (2005)

domingo, 8 de mayo de 2011

Relaciones de oposición en Geumjassi


                La protagonista de Sympathy for Lady Vengeance, Geumjassi, no es posible de reconocer en arquetipos y figuras simplistas del imaginario colectivo. Ella no es princesa ni madrastra, no es heroína ni villana, no es ninguna por si sola pero si, posiblemente, todas al mismo tiempo.

                En primera instancia, Geumjassi se presenta como una princesa e incluso en prisión, ella cumple, cual cenicienta, con labores domésticas y humillantes, se enfrenta con dulzura a las aberraciones de otras, ayuda y sirve a aquellas de quienes se compadece. Ella responde a esa idea porque tiene una relación de oposición con un ser externo a ella, el asesino. Él se opone a su ‘querer ser’, genera un quiebre en su identidad.
                Ese mismo quiebre, sin embargo, en vez de acentuar la bondad y la ingenuidad de la protagonista, genera un constructo complejo en su identidad. Cuando ella sale de prisión deja de ser princesa, donde, según la teórica literaria Cecilia Rubio, es “la ‘bella’ el símbolo de la pasividad… ello implica que se define por el ‘ser’ (ser bella) en oposición al ‘hacer’ y que su reclusión corresponde a la creación de un reducto femenino con el que compensa su exclusión del mundo real” (140). Geumjassi comienza a existir por su posibilidad de acción, y entonces deja de definirse por su esencia bella.
                Ella es, al mismo tiempo, el arquetipo de villana (por decidir matar), y de princesa (por el sufrimiento injusto), y al ser doblemente su opuesto, deja de entrar en categorías, revirtiendo la noción femenina canónica al ser doblemente la bella-justa y la vengativa-frívola. Obra en venganza pero es mujer, y eso implica que ese obrar sea bello, escabroso, siniestro en su brutalidad, pero hermoso en sus sutilezas.


Rubio, Cecilia y Anna Wirnsberger. “Relaciones familiares y tipificación del personaje femenino en el cuento maravilloso”. Revista Chilena de Literatura. S7. Nov 2000. 127-150. Impreso.

La maternidad de Lady Vengance


              Decide hacerse cargo de un crimen del cual ha sido testigo: la muerte en serie de un grupo de niños, alumnos de él. Ella asume estos infanticidios porque el criminal la amenaza con matar a su bebé. Luego de eso, está presa por más de 13 años, en los cuales se ve alejada de su hija, que ha sido dada en adopción a una familia australiana. Al salir de prisión está sola, carga con una condena que no le corresponde, ha intentado salvar a su hija aun cuando ello implicara que se la arrebatasen.
                Esa es la historia de Geumjassi, protagonista de la película coreana Sympathy for Lady Vengeance. Ella sufre por ese arrebato, y dicho sufrimiento la mueve a buscar al responsable del crimen, a intentar vengarse de él, a tramar un plan de muerte. Él no solo ha provocado la pérdida de su hija, sino la de otros niños. Geumjassi viaja a Australia a buscar a su hija, su hija quiere ser parte de la venganza pero no puede: hay una barrera idiomática entre las dos, hay un abismo lleno de dolor. El asesino no solo ha provocado ese dolor en Geumjassi, sino en todos los otros padres a quienes les había arrebatado a sus hijos.
                Ella entonces, mueve su venganza desde la maternidad y la empatía con las otras madres, ella comparte ese dolor, ella las incluye en el plan: no será una muerte a una sola mano, sino que todos los padres matarán poco a poco al asesino, cada uno a su manera generará su pequeña venganza.

Delight en la venganza

     La traducción de 'Chinjeolhan geumjassi' (nombre original de la película en coreano) al inglés: Sympathy for Lady Vengeance, dicta y describe, con total acierto, el cómo se articula la relación espectador- historia durante la película. En esas cuatro palabras, refiere a todo el círculo de simpatía que incluye al espectador (como aquel que reconoce en ella algo que le parece humano, y avala su actuar desde esa empatía), hacia la carga que asume Geumjassi, en el plano de la ficción, al decidir matar. Ella es Lady Vengeance, ella se deleita con la idea de vengarse y, justamente es ese deleite el que le permite hacerlo; y, al mismo tiempo, el deleite de ella, permite que los espectadores, que empaticen con su dolor, se deleiten con el mismo entramado escabroso de la ficción.


       Ella se fuerza, se motiva en la experiencia estética para que el dolor quede de lado y se devele todo el potencial deleitoso que reside en el dolor ajeno, en la potencia de reconocer allí la esencia de lo humano. Jacques Aumont, en su Teoría Estética, reconoce este principio como el delight, lo delicioso, que es una “suerte de embeleso mezclado de terror, cuyo ejemplo privilegiado es el que experimenta ante ciertos espectáculos de la naturaleza que implican la oscuridad” (167) considerándolo, entonces, como lo más cercano a una experiencia de dolor psicológico, donde el dolor ajeno, el sufrimiento que vemos en el otro, nos sitúa en un lugar ficcional, por lo que la empatía que la ficción genera, es la misma raíz del goce estético.
                Por otro lado, el enfrentamiento desde ella misma, a la oscuridad posiciona a los sentidos en un estado adrenalínico, ya que desconoce el objeto al cual se enfrenta, por lo que, la única manera por la cual puede hacerlo tolerable, es reconociendo en la sensualidad, una vía de comprensión de eso inabarcable que es la vida humana. Esta dimensión es posible verla durante su actividad onírica: ella sueña, casi a modo de epifanía, que mata, y esa muerte, si bien es fría, es bella. La escena del sueño transcurre en la nieve, en el espacio definido por el frío, sin embargo todo es pulcro, todo es medido, todo es templado por ese goce. Ella sonríe, y esa sonrisa es el deleite ante lo bello que implica esa humanidad exacerbada.
               
                A lo largo de la filmografía de Park Chan Wook, y específicamente, en las dos películas anteriores a Sympathy for Lady Vengeance: Sympathy for Mr Vengeance y Old Boy, los personajes se ven forzados a vengarse, a cometer crímenes fuera de sus paradigmas morales, a buscar culpables de sus dolores injustos. Sin embargo, en ninguna dimensión pueden ellos sentir deleite: la venganza se instala como deber, la venganza supera sus noblezas, y eso genera la misma empatía en el espectador, pues ven en el otro a un ser- muy- humano y que, interpelado por situaciones que le son ajenas, debe matar, debe buscar la muerte de otro para salvar una vida.
                En Old Boy (2003), Oh Dae-Su es secuestrado por 15 años sin que él sepa dónde está, ni por qué motivo ha sido tomado cautivo: 15 años sin dialogar con nadie. Cuando es liberado, despierta en la azotea de un edificio y hay otro hombre en el edificio, lo interpela. Oh Dae-Su encuentra un celular en su bolsillo, recibe una llamada: su secuestrador lo llama para informarle que tiene 5 días para descubrir el porqué del secuestro. Luego de eso comienza una vorágine, un desenfreno por encontrar el motivo y, al mismo tiempo, anida en él un odio ansioso por vengarse del raptor en el minuto del encuentro.
A lo largo de la película, Oh Dae-Su descubre su error, la fatalidad de un comentario en la adolescencia, el cómo ese error engendró el sufrimiento y el odio en otro, y es ese odio el que requiere de venganza. Es un círculo constante de dolor y venganza, no hay un deleite en ello, hay una presión determinada por el tiempo.
                A diferencia de Geumjassi, el protagonista de Old Boy no deja espacio para el deleite, sino solo para una pulsión, para un actuar medido por un tiempo escaso. En ambas películas, lo escabroso es lo desconocido, el daño desconocido, el dolor en otro, la dimensión profunda de ese odio. La teórica Estela Ocampo, a propósito de lo escabroso, desde una perspectiva freudiana propone que “esta identificación entre los deseos reprimidos del artista y sus equivalentes en el espectador es la responsable del placer estético.” (186) Sin embargo, este placer estético ante lo oscuro de la trama, implica un desprendimiento a nivel del espectador, de su capacidad de juzgar moralmente; y a nivel de los personajes, implica que los mismos personajes readecúen su moral (y a ratos la pierdan) en pos de un fin: la muerte de otro, la venganza como modo de sublimar un dolor, una pérdida.


Aumont, Jacques. Teoría estética, obra completa. Madrid: Akal. 2004. Impreso
Ocampo, Estela y Martí Perán. Teorías del Arte. Barcelona: Icaria Editorial. 1991. Impreso

sábado, 7 de mayo de 2011

La venganza como tabú



               La muerte, a nivel antropológico, ha sido uno de los temas que nos ha llevado, a través de la historia de la humanidad, a intentar formular explicaciones metafísicas, construcciones religiosas para entenderla; y miedos profundos, mitos y tabúes para alejarla.
                Según el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, el tabú implica tanto lo sagrado como lo inquietante, peligroso e impuro. Dentro de ello hay dos clasificaciones: por un lado aquel tabú que es concebido como natural, es decir, como inherente a una naturaleza (sea humana o de algo reconocible en una realidad tangible), y por otro lado están los tabúes transmitidos, que responden a un dominio cultural y, por lo tanto, su explicación está dada por ese supuesto.
                En Sympathy for Lady Vengeance, la muerte, como tabú, comienza a perder solidez. Geumjassi la racionaliza, la vuelve una equivalencia con un precepto anidado lentamente: la venganza. Entonces, muerte y venganza se vuelven sinónimos y se doble implican. Al generarse un razonamiento en torno a una cuestión, al perderse ese temor impuesto desde la ignorancia, el tabú deja de ser tal.

                Cuando ella es acusada injustamente por un asesinato, y luego cumple una condena de trece años, decide, lentamente y calculando cada uno de sus pasos, un asesinato. Ese cálculo, esa estrategia cosifica los medios con tal de llegar a un fin. Los medios no son lo importantes, hay muerte y venganza como medio, pero el fin es la justicia, y para ese fin, los tabúes se vuelven opacos, invisibles.
                Tanto a nivel interno de la obra, como en la experiencia del espectador, los tabúes morales se rompen: Geumjassi es madre, es mujer, y en esa categoría de género debe responder de ciertos modos, a convenciones sociales avaladas y que dialogan con lo permitido. Ella contiene, está al servicio de otros, es dulce, es buena, asume una carga que no le corresponde para salvar la vida de su hija. En todos esos niveles, su ego se relega a un segundo plano, y es desde ahí de donde trama la venganza, ya que esa resignación condensa en sí un deseo profundo de repliegue, de concebirse activa, de tener la razón por sobre otros.
                Por otro lado, el mismo espectador concibe a la protagonista como un ser bueno que se encuentra ante una situación injusta. Es un fluir inmediato hacia una empatía hacia aquel que sufre sin deberlo, y que se debe a otros con gratuidad. En el sentido común y moral de quien ve la película, ella responde a toda imagen cristiana de ser que actúa con una coherencia profunda, y de manera noble. Sin embargo, la misma represión, la contención social que la mantiene en sumisión, la obliga a engendrar odio, y ese deseo de recuperar lo arrebatado, es traspasado a la experiencia estética de visualizar la película.
                El espectador se hace cómplice de ella porque desea que recupere lo perdido, aun cuando ello viole códigos morales arraigados en la cultura.
                La solución de matar que, a simple vista, se consideraría como tabú (por implicar acercarse a lo inquietante, la posibilidad de decidir sobre lo incierto), se transforma en una decisión, y el decidir, entonces, sobre la vida de otro, genera un enfrentamiento con las construcciones éticas que ella misma maneja, y que reprimen esas pulsiones capaces de develar aspectos oscuros de lo humano. Lo que se devela es una pretensión de razón por sobre otras emociones, una contención profunda, una fijación hacia un plan perfectamente estructurado. Ella fragmenta la muerte, lo matan entre todos los implicados en las otras muertes.
                Theodor Adorno plantea que “los tabús no constituyen novedad por su contenido frente a los antiguos” (98), lo que explica el hecho de que en la actualidad solo persistan aquellos tabús que se arraigan a un inconsciente colectivo, y que son tanto individuales como amparados bajo una institucionalidad moral. En la película, es visible una sociedad que penaliza los asesinatos, sin embargo, hay un quiebre con la ley a nivel de los personajes, hay una pérdida de valor coercitivo desde la moral hacia los individuos. Geumjassi es capaz de matar, justamente, porque ha caído en la cuenta de que ese tabú, a nivel social, ha perdido la capacidad de leer un trasfondo: el matar y morir es igual para todos; y bajo ese precepto ella, socialmente, no puede matar.
                El espectador reconoce en ella una sensibilidad que traspasa la legislación e incluso su propia moral. Porque en ella hay maternidad, hay justicia, hay comprensión, hay deseo de reivindicar verdades perdidas.
                Si lo tabús toman más fuerza en la medida que la base se vuelve más opaca, más lejana a la razón primera, Geumjassi logra entender eso y lanzarse a la vorágine de matar, de decidir matar, aunque ello implique reinventar la moral, y que incluso un fiscal comprenda que eso va más allá que cualquier ley o principio.

Adorno, Theodor. “Los tabús sexuales y el derecho hoy”. Intervenciones: nueve modelos de crítica. Caracas: Monte Ávila editores S.A. 1969. Impreso

La paradoja en una decisión

     Geumjassi,  la dolorosa madre de Sympathy  for Lady Vengeance, es en sí una paradoja: su origen, como asesina, está dado por otro asesino y sus posibilidades de matar están directamente dadas por el deseo de muerte que ese otro ha engendrado en ella.
    Es una dolorosa madre que valora la vida desde un comienzo, y bajo esa decisión, el matar se vuelve un vuelco irremediable para algo que la arrincona: la muerte de otros niños la obliga a tramar una venganza, y para ello tiene 13 años. Le han arrebatado a su hija por ella intentar salvarla de una muerte por chantaje.
   Cual Medea, Lady Vengeance engendra un odio por la infamia injusta, por la deshonra de su hija, por la distancia que las separa. La opción del odio la transforma en un personaje que, a pesar de considerarse ‘bondadoso’ (desde el espectador), es movido por un sentido de justicia que va más allá de preceptos morales.
   Ella ama, y es sólo el amor de madre el que la posiciona en un lugar obligado: ha estado 13 años en la cárcel acusada de asesinato, y la injusticia de la sentencia, y la inocencia en los cargos le dicta que, si ya pagó por muertes ejecutadas por otros, que haga valer esa sentencia matando a quien le correspondía estar en su lugar.